Crónica de la cena del mes de abril en Allard Experience (Club Allard)

Crónica de la cena del mes de abril de 2017

Allard Experience (Club Allard), 6 de abril de 2017

Como he manifestado varias veces, ser socio del Club de los 100 Puros es tener una cuenta corriente en el banco de las experiencias gratificantes de la vida. Amigos, buenos momentos al aroma de un cigarro, degustar las mejores viandas y licores… El primer jueves de cada mes sigue siendo una visita a la gasolinera de la vida.

Todo esto comenzó hace más de 10 años cuando un grupo de personas decidimos dedicar una noche al mes a cenar tanto en los mejores restaurantes de Madrid, como en aquellos con una trayectoria más prometedora. Uno de estos sitios que “estaba comenzando” era el Club Allard. De la mano de su chef, entonces Diego Guerrero, vimos como crecía día a día. Primero celebramos su primera estrella Michelin, luego la segunda y nuestros caminos se separaron un poco debido al crecimiento que experimentó el Club Allard.

No obstante, un día Diego dejó su cargo y este quedó a cargo de una persona que había ido prosperando en la cocina. Sus colegas de trabajo le llamaban “la dominicana” o “Mery”. En la televisión y en prensa, donde su historia y capacidad de superación ha sido ampliamente glosada, es conocida por su nombre de guerra: María Marté. Personalmente, y porque no lo soy, tengo gran respeto a los genios, entendiendo por genio a la persona que tiene cualidades superiores al resto de los mortales.

¿Qué cualidades tiene María? En primer lugar un ansia voraz de aprender. Aprendió día a día durante su infancia en Jarabacoa, un pueblecito de la República Dominicana. Aprendía a cada momento: cuando daba paseos por el campo viendo y oliendo flores, lo que luego le ayudó a preparar platos sorprendentes, ayudando a su madre en la fábrica de café, donde mamó la capacidad de trabajo, en el colegio, donde no sólo fue capaz de educarse, sino que también aprendió a sobreponerse a la carencia de medios (ya fueran hornos o libros), en las clases de pintura, donde supo transformar la pintura en tres dimensiones en un master de presentación de platos, en las discotecas, donde aprendió a sacar fuerzas de flaqueza mientras bailaba como una loca con sus amigos, etc.

Esa capacidad de aprender la trasladó a Madrid cuando llegó para sobrevivir a los fríos inviernos mientras volvía a casa recorriendo la Gran Vía tapada hasta las cejas por dos bufandas. La suerte que los madrileños tuvimos es que esa capacidad de aprender mudó a un ansia de hacer mejor la vida de los que la rodeaban, no sólo por su constante regalo de sonrisas a todos los que vivían y trabajaban con ella, sino porque intentó aportar lo mejor de la cocina de su tierra a la cocina mediterránea que descubrió. Aportó ingredientes como la flor de hibiscus, olores como el cilantro y sabores caribeños, así como nuevas técnicas de cocina, mezclando las europeas, las caribeñas y las orientales. Apuntaló el concepto de “se come con los ojos” y transformó el concepto de emplatado en una sastrería a medida para platos. Por todo lo anteriormente señalado no me considero con capacidad de llamar a María Marté por su nombre a secas: para mi ella es Doña María.

Doña María nos invitó a cenar en su casa. No voy a comentar su menú, ya que hay múltiples reseñas en las mejores crónicas gastronómicas que lo hacen mucho mejor que yo. Sólo quiero expresar que, a mi modesto entender, Doña María nos dio lo mejor de sí misma mediante una experiencia única. Pudimos degustar cubiertos que se comían, platos que parecían una cosa y que luego eran otra, y formas totalmente novedosas de comer platos tradicionales.

Dicen que la cocina es una demostración de cariño, y ese cariño con que nos obsequió no terminó con la cena. Tras los postres, y antes de encender nuestro excelente Presidente de Partagás, Doña María quiso regalarnos su sonrisa durante un rato. Creo que su piel morena se hizo un poco blanca a consecuencia de todos los flashes de las fotos que pacientemente accedió a hacerse con nosotros. Charló animada y pacientemente con todo aquel que quiso hacerle una pregunta, y mostró paciencia infinita con todos los socios. Personalmente estuve hablando con ella de deporte, de su tierra dominicana, de comida, vino y tabaco, y sólo recibí de ella cariño y simpatía.

En fin, y para terminar, simplemente quiero expresar mi agradecimiento a Doña María por la inolvidable noche que nos hizo pasar, y a mis amigos socios del Club de los 100 Puros, por permitirme disfrutar de estos mágicos eventos con ellos.

¡Nos vemos el mes que viene en De la Riva!

   
   

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